6 may 2012

Que Dios me perdone


A los moralistas.

Dueños y señores de todos los acontecimientos. Vuestras opiniones, enmascaradas de verdad quieren rodear el mundo, en aras de un supuesto bien. Vuestra telaraña es un lastre, un arma peligrosa de doble filo. Impedís que vuestras víctimas, los que sólo quieren caminar libremente por la tierra, puedan avanzar un solo paso. Y luego, el ácido de vuestra red desgarra la carne hasta descansar sobre el hueso.

La excusa puede ser una cruz, una media luna, una tradición. Disculpadme, pero toda esa mierda, por llamarla de alguna forma, jodida chusma, es la funesta bandera del mal. Es mejor ver cómo jóvenes se quedan embarazadas por no poder usar un preservativo y tienen que cargar con un bebé porque abortar es una aberración. Es mejor que toda una familia sufra mientras un enfermo con el cerebro de una planta tiene que vivir porque así debe ser. Es mejor que un niño agonice hasta límites insospechados porque queda feo matar niños.

No tengo palabras para vosotros, moralistas. Pero quiero que miréis allá donde vuestra opinión no llega. Mirad África individuo a individuo. Respirad el olor de la tuberculosis africana. Saboread la comida de los niños asiáticos que fabrican vuestra vestimenta. Sentid una penetración anal en una cárcel en la que los crímenes son de robar pan para comer. 

Veneno es vuestra lengua, ciegos vuestros ojos. Hipócritas. Ya podéis encender vuestro mass-media preferido, mientras vuestra pestilente moral recorre el mundo, mientras vuestra pastosa y pesada saliva disuelve el suelo al caer...

Os espero, moralistas. 

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