A los
moralistas.
Dueños
y señores de todos los acontecimientos. Vuestras opiniones, enmascaradas de
verdad quieren rodear el mundo, en aras de un supuesto bien. Vuestra telaraña
es un lastre, un arma peligrosa de doble filo. Impedís que vuestras víctimas,
los que sólo quieren caminar libremente por la tierra, puedan avanzar un solo
paso. Y luego, el ácido de vuestra red desgarra la carne hasta descansar sobre
el hueso.
La
excusa puede ser una cruz, una media luna, una tradición. Disculpadme, pero
toda esa mierda, por llamarla de alguna forma, jodida chusma, es la funesta
bandera del mal. Es mejor ver cómo jóvenes se quedan embarazadas por no poder
usar un preservativo y tienen que cargar con un bebé porque abortar es una
aberración. Es mejor que toda una familia sufra mientras un enfermo con el
cerebro de una planta tiene que vivir porque así debe ser. Es mejor que un niño
agonice hasta límites insospechados porque queda feo matar niños.
No
tengo palabras para vosotros, moralistas. Pero quiero que miréis allá donde
vuestra opinión no llega. Mirad África individuo a individuo. Respirad el olor
de la tuberculosis africana. Saboread la comida de los niños asiáticos que
fabrican vuestra vestimenta. Sentid una penetración anal en una cárcel en la
que los crímenes son de robar pan para comer.
Veneno es
vuestra lengua, ciegos vuestros ojos. Hipócritas. Ya podéis encender vuestro
mass-media preferido, mientras vuestra pestilente moral recorre el mundo, mientras vuestra pastosa y pesada saliva disuelve el suelo al caer...
Os espero, moralistas.
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