En el
asiento trasero, con su pequeña cabeza pegada al cristal derecho del
habitáculo, hay un niño. Sus rollizos mofletes se aplastan contra el vidrio,
que no para de vibrar con las irregularidades de una carretera que no está muy
bien cuidada. Viaja, según le dicen, a la playa. Pero el pequeño regordete que
va sentado atrás no parece prestar mucho interés. Tantas horas en un coche son
aburridas para cualquiera. Incluso para un político. Su mirada vaga perdida
entre los infinitos campos de la Mancha. Le parecen interminables. Un secarral.
Pero sólo es la opinión de un niño. Y a los niños se les debe perdonar todo.
El
viaje continua. Mientras tanto, el niño se va haciendo interesantes preguntas
metafísicas. ¿Faltará mucho para llegar? ¿Cuánto tiempo habrá pasado desde que
empecé a pensar? ¿Por qué no nos vamos a vivir a la playa, y nos ahorramos el
viaje? ¿Por qué papá no habrá comprado un avión, que va más rápido? Pero, es un
buen niño, y sólo lo piensa. No quiere molestar a sus padres.
Sigue
pensando. Hasta que una curva deja al descubierto un nuevo paisaje, en Cuenca.
Unas flores enormes, de metal, que giran sus gigantescos pétalos casi al mismo
tiempo. Hay un sinfín de esas flores.
“¡Mira,
hijo! ¡Molinos de viento!”
“¿Esas
flores se llaman molinos?”
“No son
flores, sirven para hacer electricidad”
“¿No
has dicho que hacían viento?”
“Hacen
electricidad con el viento”, sonríe su madre.
“Am”
El niño
se queda pensando, en eso que llaman molinos. Recordó que en el colegio le
habían dicho que un tal Quijote se había peleado con varios de ellos porque los
había confundido con gigantes. Qué tonto debía ser ese Quijote, todo el mundo
ha visto gigantes en la televisión.
Los
observó con más detenimiento. Algunos giran muy rápido, otros más despacio. Y
otros, no giran. ¿No les dará el viento? A lo mejor el viento sólo va con unos
molinos, y no con otros. Piensa que los molinos que giran debían reírse de los
molinos que no giran. Se los ve tan felices, haciendo lo que tienen que hacer.
Los otros parecían más tristes, como si quisieran girar, pero no supieran hacia
qué lado hacerlo. En cambio, los que se mueven, giran todos hacia el mismo
lado. Quizás los que no giran son un poco estúpidos, por no ver que hay que
girar como todo el mundo. O tal vez no querían hacer electricidad. Los molinos
no necesitan bombillas, ni frigoríficos, ni televisores, ni nada de eso. Puede
ser que los molinos que no se mueven piensen que para qué moverse, si no
necesitan electricidad.
Piensa
y piensa el aburrido niño. Entonces se percata de que unos molinos son más
altos que otros. Se le ocurre, con la física en la mano, que a lo mejor los
molinos se van hundiendo con la fuerza de sus aspas. Se acordó de aquel verano
en la piscina, cuando trataba de subir a la superficie y, cuanto más se movía,
más se hundía. Tuvo que rescatarlo el socorrista, muy preocupado. Recordar
aquel mal rato le hace pensar que, seguramente, los molinos que no se mueven no
quieren hundirse. Es una sensación muy desagradable, la de hundirse. Además, el
socorrista no está en aquellos campos de Cuenca.
¿Por
qué unos molinos girarán, y otros no?
“Mamá,
¿por qué hay molinos que no giran?”. Preguntar a una madre siempre es garantía
de que la respuesta será la correcta.
“Pues…
porque estarán rotos.”
“¿No les
da el viento?”
“Claro
que les da el viento. Pero no giran.”
“¿Y si
están rotos los otros?”
“Pero
si los otros están girando, hijo”.
“A lo
mejor tienen un tornillo suelto”.
“Anda,
duérmete, que todavía falta un poquito para llegar”.
Pero el
niño no puede dormirse. Aquello es un auténtico dilema. Necesita saber por qué
unos molinos se mueven, y otros no. Por el momento sabe que los molinos son de
viento, y que dan electricidad. Pero unos giran, y otros no. Lo más probable es
que los molinos se hundieran con tanto mover los brazos, y desaparecieran… Esa
tenía que ser la solución. Unos molinos se mueven y desaparecen, y otros quieren
estar ahí para siempre, viendo a los grandes rapaces cazar y volar a su
alrededor.
Pensándolo
bien, tiene que ser muy triste desaparecer. Por eso los molinos que no mueven
sus aspas se quedan quietecitos. Ser un molino tiene que ser muy difícil. Saber
que si mueves las aspas para hacer electricidad hace que desaparezcas…
Después
de dar con la tecla, de vislumbrar con la clarividencia de un niño el problema,
piensa: `Yo no quiero ser nunca un molino´