12 ago 2013

Molinos de viento


En el asiento trasero, con su pequeña cabeza pegada al cristal derecho del habitáculo, hay un niño. Sus rollizos mofletes se aplastan contra el vidrio, que no para de vibrar con las irregularidades de una carretera que no está muy bien cuidada. Viaja, según le dicen, a la playa. Pero el pequeño regordete que va sentado atrás no parece prestar mucho interés. Tantas horas en un coche son aburridas para cualquiera. Incluso para un político. Su mirada vaga perdida entre los infinitos campos de la Mancha. Le parecen interminables. Un secarral. Pero sólo es la opinión de un niño. Y a los niños se les debe perdonar todo.
El viaje continua. Mientras tanto, el niño se va haciendo interesantes preguntas metafísicas. ¿Faltará mucho para llegar? ¿Cuánto tiempo habrá pasado desde que empecé a pensar? ¿Por qué no nos vamos a vivir a la playa, y nos ahorramos el viaje? ¿Por qué papá no habrá comprado un avión, que va más rápido? Pero, es un buen niño, y sólo lo piensa. No quiere molestar a sus padres. 

Sigue pensando. Hasta que una curva deja al descubierto un nuevo paisaje, en Cuenca. Unas flores enormes, de metal, que giran sus gigantescos pétalos casi al mismo tiempo. Hay un sinfín de esas flores. 

“¡Mira, hijo! ¡Molinos de viento!”
“¿Esas flores se llaman molinos?”
“No son flores, sirven para hacer electricidad”
“¿No has dicho que hacían viento?”
“Hacen electricidad con el viento”, sonríe su madre.
“Am”

El niño se queda pensando, en eso que llaman molinos. Recordó que en el colegio le habían dicho que un tal Quijote se había peleado con varios de ellos porque los había confundido con gigantes. Qué tonto debía ser ese Quijote, todo el mundo ha visto gigantes en la televisión.

Los observó con más detenimiento. Algunos giran muy rápido, otros más despacio. Y otros, no giran. ¿No les dará el viento? A lo mejor el viento sólo va con unos molinos, y no con otros. Piensa que los molinos que giran debían reírse de los molinos que no giran. Se los ve tan felices, haciendo lo que tienen que hacer. Los otros parecían más tristes, como si quisieran girar, pero no supieran hacia qué lado hacerlo. En cambio, los que se mueven, giran todos hacia el mismo lado. Quizás los que no giran son un poco estúpidos, por no ver que hay que girar como todo el mundo. O tal vez no querían hacer electricidad. Los molinos no necesitan bombillas, ni frigoríficos, ni televisores, ni nada de eso. Puede ser que los molinos que no se mueven piensen que para qué moverse, si no necesitan electricidad. 

Piensa y piensa el aburrido niño. Entonces se percata de que unos molinos son más altos que otros. Se le ocurre, con la física en la mano, que a lo mejor los molinos se van hundiendo con la fuerza de sus aspas. Se acordó de aquel verano en la piscina, cuando trataba de subir a la superficie y, cuanto más se movía, más se hundía. Tuvo que rescatarlo el socorrista, muy preocupado. Recordar aquel mal rato le hace pensar que, seguramente, los molinos que no se mueven no quieren hundirse. Es una sensación muy desagradable, la de hundirse. Además, el socorrista no está en aquellos campos de Cuenca.
¿Por qué unos molinos girarán, y otros no?

“Mamá, ¿por qué hay molinos que no giran?”. Preguntar a una madre siempre es garantía de que la respuesta será la correcta.
“Pues… porque estarán rotos.”
“¿No les da el viento?”
“Claro que les da el viento. Pero no giran.”
“¿Y si están rotos los otros?”
“Pero si los otros están girando, hijo”.
“A lo mejor tienen un tornillo suelto”.
“Anda, duérmete, que todavía falta un poquito para llegar”.

Pero el niño no puede dormirse. Aquello es un auténtico dilema. Necesita saber por qué unos molinos se mueven, y otros no. Por el momento sabe que los molinos son de viento, y que dan electricidad. Pero unos giran, y otros no. Lo más probable es que los molinos se hundieran con tanto mover los brazos, y desaparecieran… Esa tenía que ser la solución. Unos molinos se mueven y desaparecen, y otros quieren estar ahí para siempre, viendo a los grandes rapaces cazar y volar a su alrededor. 

Pensándolo bien, tiene que ser muy triste desaparecer. Por eso los molinos que no mueven sus aspas se quedan quietecitos. Ser un molino tiene que ser muy difícil. Saber que si mueves las aspas para hacer electricidad hace que desaparezcas… 

Después de dar con la tecla, de vislumbrar con la clarividencia de un niño el problema, piensa: `Yo no quiero ser nunca un molino´