15 jul 2011

SOMA




Una pastilla que sólo con tomarla cree felicidad, que sin necesidad de pensar toda necesidad esté cubierta. Soma. Toda preocupación disipada con un simple producto farmacéutico. La tranquilidad en un bocado. La meta es poder seguir funcionando como ciudadanos sin afectación alguna. Que el estrés del trabajo, los problemas familiares, el aburrimiento o cualquier otro obstáculo que se presenta en las sociedades subyugadas al Capitalismo se evaporen con ingerir esa vulgar pastilla.

Este es el sueño de aquellos que se consideran ciudadanos, de aquellos que no quieren pensar. Sin embargo, también fue el sueño de un sistema. Un sueño conseguido. De un sistema que sabe que si las personas tienen un “soma” que consumir y no utilizan sus mentes se convierten en máquinas. Máquinas que repostan felicidad, como un automóvil. Máquinas que no se opondrían a nada, pues siempre estarían felices. El perfeccionamiento del control social. De la vigilancia y pérdida (o no ganancia) constante que asfixiará a los individuos.

Vemos que un “soma” es algo que reúne ciertas características  muy peligrosas, como resultar adictivo hasta el punto de convertirse en necesario. Puede encontrarse bajo el pseudónimo de hobby, enmascarado bajo la etiqueta de conocidas marcas de refrescos de cola, perforándonos con el nombre de música, o con otras terminologías como moda o amor.

El “soma” constituiría, por tanto, la obtención de una identidad que es imposible edificar autónomamente en un mundo en el que todo tiene un precio. En un mundo del que es imposible huir para con el cual todos tenemos una obligación natural de mantenerlo y hacerlo crecer.

Debido a que el “soma” nos conforma, proporcionándonos una identidad, el sistema tiene otra herramienta muy poderosa para mantener su hegemonía: que todos tenemos algo que perder.