PESADILLA
Allí se encontraba descansando
aquel joven, en una cómoda cama con un mullido colchón. El aire era fresco y
entraba en sus pulmones cargándole de paz. Cada vez que inhalaba su pecho se
hinchaba y transmitía a todo su cuerpo una sensación de plenitud, de calma
espiritual.
Podía escuchar las olas del mar
romper suavemente sobre sí mismas mientras el aire fresco se deslizaba por su
piel erizando su vello corporal. Las lejanas voces de unas gaviotas no eran
suficientes para desestabilizar aquel momento.
En alguna ocasión la delicada
marea balanceaba aquella cama, que navegaba sin rumbo por el mar, y el joven se
debatía en si caer o no en un profundo sopor…
El tiempo se había roto, ya no
existía para él. No hubiera sido capaz de decir cuánto pudo haber pasado hasta
que su sueño cambió. Una bocanada de aire enrarecido le hizo percatarse de que
algo no marchaba bien. Empezó a sentirse aturdido. Aquel aire era imposible
respirarlo. Pero sus pulmones necesitaban volver a llenarse. Se puso tenso. La
piel se le humedeció ligeramente por el sudor de la agonía del a asfixia. No lo
soportó más. Inhaló con todas sus ganas. Los pulmones le ardieron. El aire era
ácido puro. Tosió. Su boca se inundó de un sabor a sangre y bilis.
Una arcada.
Tenía todos los músculos tensos y
su cuerpo se convulsionaba. Inquieto, se revolvió en su lecho. Durante un breve
instante se acercó al borde de su cama y el estómago se le estremeció por el
vértigo. El mar sonaba ahora con violencia y su cama ya no era cómoda. Era de
un colchón durísimo y el joven sentía que tuviera pinchos clavándose en las
partes del cuerpo que apoyaba.
Trató de asomarse a los bordes de
la cama, pero cuando miró al mar no vio nada. No podía abrir los ojos. Trató
por todos los medios de ver algo, pero no lo lograba. Separó los labios con
fuerza y gritó de rabia. Alzó los puños apretados por encima de su cabeza, con
los brazos rígidos temblando de fuerza. Pataleaba al aire, que seguía siendo
igual de irrespirable.
Gritó. No veía.
Lloraba, pero no podía abrir los
ojos.
Quería despertar.
Gritó de nuevo.
Seguía sin ver.
Y con el último grito perdió la
conciencia.
Abrió los ojos violentamente, despierto.
Su cama seguía en el mar de siempre, que volvía a estar en calma. Siempre había
estado en calma. El sonido lejano de las gaviotas relajó su respiración. Unos
parpadeos. Tragó saliva. Su corazón latía con menos frenesí. ¿Le habría oído
alguien?