23 sept 2012

Pesadilla



PESADILLA

Allí se encontraba descansando aquel joven, en una cómoda cama con un mullido colchón. El aire era fresco y entraba en sus pulmones cargándole de paz. Cada vez que inhalaba su pecho se hinchaba y transmitía a todo su cuerpo una sensación de plenitud, de calma espiritual. 

Podía escuchar las olas del mar romper suavemente sobre sí mismas mientras el aire fresco se deslizaba por su piel erizando su vello corporal. Las lejanas voces de unas gaviotas no eran suficientes para desestabilizar aquel momento.

En alguna ocasión la delicada marea balanceaba aquella cama, que navegaba sin rumbo por el mar, y el joven se debatía en si caer o no en un profundo sopor…

El tiempo se había roto, ya no existía para él. No hubiera sido capaz de decir cuánto pudo haber pasado hasta que su sueño cambió. Una bocanada de aire enrarecido le hizo percatarse de que algo no marchaba bien. Empezó a sentirse aturdido. Aquel aire era imposible respirarlo. Pero sus pulmones necesitaban volver a llenarse. Se puso tenso. La piel se le humedeció ligeramente por el sudor de la agonía del a asfixia. No lo soportó más. Inhaló con todas sus ganas. Los pulmones le ardieron. El aire era ácido puro. Tosió. Su boca se inundó de un sabor a sangre y bilis. 

Una arcada.

Tenía todos los músculos tensos y su cuerpo se convulsionaba. Inquieto, se revolvió en su lecho. Durante un breve instante se acercó al borde de su cama y el estómago se le estremeció por el vértigo. El mar sonaba ahora con violencia y su cama ya no era cómoda. Era de un colchón durísimo y el joven sentía que tuviera pinchos clavándose en las partes del cuerpo que apoyaba.
Trató de asomarse a los bordes de la cama, pero cuando miró al mar no vio nada. No podía abrir los ojos. Trató por todos los medios de ver algo, pero no lo lograba. Separó los labios con fuerza y gritó de rabia. Alzó los puños apretados por encima de su cabeza, con los brazos rígidos temblando de fuerza. Pataleaba al aire, que seguía siendo igual de irrespirable.

Gritó. No veía. 

Lloraba, pero no podía abrir los ojos.

Quería despertar.

Gritó de nuevo.

Seguía sin ver.

Y con el último grito perdió la conciencia.

Abrió los ojos violentamente, despierto. Su cama seguía en el mar de siempre, que volvía a estar en calma. Siempre había estado en calma. El sonido lejano de las gaviotas relajó su respiración. Unos parpadeos. Tragó saliva. Su corazón latía con menos frenesí. ¿Le habría oído alguien?