El niño Romántico
Reconocido el joven cuerpo, el amigo se
estremeció. La pena embriagaba su alma, por lo inesperado de aquello. Pero no
le extrañaba, en cualquier momento habría podido ocurrir.
Recordó cuando su amigo, ahora
descansando con los ojos cerrados y aquella fea herida en la cabeza, le contó
algo que le había ocurrido de niño. No podía olvidar cuando ese entrañable niño
de ojos abiertos, le dijo: “me han dicho una cosa muy fea…”. Para
tranquilizarle, le preguntó a su amigo que qué le ocurría que fuera tan grave.
Éste respondió: “me muero”. Ambos lloraron abrazados, pero realmente aquel niño
no se moría, lo que pasaba, entendió varios años después, era que su perrito se
había ido al cielo. El niño, curioso, quiso saber más y, a veces, saber más
trae muchos disgustos. “Entonces… ¿yo también me voy a morir?”. Los padres se
miraron, sin saber cómo decírselo. Pero, finalmente, tuvieron que contarle la
amarga verdad.
Los niños se hicieron mayores y, con el
paso de los días, meses y años sobre sus vidas, olvidaron que la vida tiene
fin. Hasta que ocurrió aquella fatalidad.
El hombre, en pie, miraba a su amigo.
Nunca había querido crecer, siempre guardaba dentro de sí algo de niño. Era un
niño en el cuerpo de un adulto. Los recuerdos galopaban por sus ojos, uno tras
otro. Recordó las peleas con una sonrisa, ya no tenían importancia. Otros
recuerdos más felices pasaban por su mente. Estuvo ensimismado, homenajeando a
su amigo con una última reunión que, si en lo físico no podía darse, al menos
lo hacía dentro de su propia mente. Jugaban de niños, se descubrían de
adolescentes y charlaban de adultos. Continuó navegando en los mares más
profundos de su mente, en la sala sólo se escuchaba el suave chorro de aire
acondicionado y el tranquilo latir de su propio corazón. Sin embargo, aunque
entendía en parte lo que su amigo había hecho, no paraba de preguntarse: “¿por
qué?
Casi como respuesta a su pregunta, entró
en la sala una señora con una bata blanca, acompañado por un policía. Le
entregó un sobre, ponía que iba destinado a él. Pidió que cerraran la puerta y
le dejaran leerlo a solas. Con un
temblor en las manos lo abrió, inseguro. Leyó:
“perdóname… lo hice… apreté el gatillo… me
maté… porque sabía que me iba a morir”.