16 mar 2012

Sobre la vida y la muerte





La muerte es el gran misterio para la humanidad. ¿Qué hay más allá de la Muerte? Esa es la pregunta que desencadena toda una oleada de reacciones nada agradables. Por una parte tememos que no haya nada, que todo acabe con esta vida. Por otra, tememos que lo que allí se encuentre sea peor que lo que hay aquí. Y luego hay otra opción, que nos dice que lo que allí encontraremos será “el paraíso”.


Ahora bien, como es obvio, para los vivos es imposible conocer la muerte. De hecho, jamás la conoceremos. Como nos enseña Epicuro, con un sencillo razonamiento, uno jamás se topa con la Muerte. La muerte es un estado. Ahora bien, cuando hay un Yo, significa que la muerte no está aquí, que está lejos. Eso se correspondería con estar vivo. Empero, cuando me hayo en estado de muerte, cuando hay Muerte, yo ya no estoy. O hay Yo, o hay Muerte. Hay una fina barrera entre ambas, pero es indestructible. Esto lo utiliza el filósofo heleno para mostrarnos cómo no se debe temer a la muerte. También nos enseña a no temer a los dioses y al destino.
Sin embargo, queda un cabo suelto por atar en toda esta trama sobre la Muerte. Y es nada menos que la Vida. Si no hubiera Vida, jamás habría Muerte. Es, por tanto, el pilar más importante en toda esta historia. Porque para que haya Vida no se necesita que haya Muerte. En cambio, al revés sí. Como Hegel podría rebatirnos, ambas se necesitan la una a la otra. Nada que reprocharle. Puede ser. Pero, en cualquier caso, la Vida sigue siendo el gran olvidado. En Occidente se nos ha enseñado una moral de la Muerte. Divinizamos a la Muerte. Incluso nos preocupamos por ella. Pero un oriental pensaría que somos unos satánicos. Lo que es seguro es que la Vida no está lo suficientemente valorada.
Lo importante, creo yo, es haber vivido. La lástima no es la Muerte, sino el fin de la Vida. Aunque no hay de que lamentarse. Se ha vivido. Eso es motivo suficiente para morir feliz. El haber conocido la Vida.
Otra cosa muy diferente es la actitud egoísta que se puede mostrar en un funeral. Para los que van a ver al fallecido una pena reina en sus corazones. Pero no es una pena en la que se observe que el que se marcha no va a vivir por más tiempo, ni tendrá más experiencias, etc. Es una pena en la que se piensa que no se le volverá a ver, que faltará como mobiliario de la propia vida. Esto es muy egoísta. La primera pena parece más justa, digna. Pero es la que más escasea. Ahora bien, ¿por qué no sentir alegría? ¿por qué no alegrarse de que el muerto haya vivido, haya reído, disfrutado, sufrido, y vivido todas estas cosas que tiene la Vida? Habría que consultarle a Nietzsche.

Aclaración de la imagen del artículo: Se pone el tradicional símbolo del Ying y el Yang para simbolizar dos cosas que componen un todo común. Dos complementarios sine qua non sería posible. La clásica tríada, representada con la dualidad. En este caso, Vida y Muerte.

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